El resplandor oblicuo de un rayo de luz la despertó. Un grupo de alegres ratitas, curiosas habitantes del lugar jugueteaban entre sus pelos.
Era tarde para preguntarse, qué había pasado, sólo quería cantar, cantar para salir de ahí. Salir para cantar.
Con los años, su voz podía traspasar lo inimaginable. Podría llegar a cualquier oído, si cantaba como siempre.
Rakamantina entonó, porque la aventura debía de continuar.